Extiende tus brazos. Cierra los ojos y extiéndelos hacia el infinito. Deja que mis dedos se posen sobre ellos como suaves pedazos de algodon y recorran cada centímetro de tu ser. Deja que mi aliento llegue a tus oidos en forma de cálidos sonidos celestiales y mi mirada penetre en tu interior hasta llegar a lo mas hondo de tu corazón. Cada partícula de tu alma se estremecerá y cuando abras los ojos me verás a mi.
El coliseo estaba deslumbrante a la luz de las estrellas. Llegaron tarde, pero mereció la pena. El espectáculo era impresionante. La noche era tan clara y agradable, que la luz de las estrellas iluminaba el viejo templo como si millones de luciérnagas revolotearan sobre él, haciéndoles sentir como ciudadanos de la antigua Roma, dispuestos a presenciar una nueva sesión de pan y circo.
Todo parecía perfecto aquella noche. La ciudad se mostraba increíblemente bella, la compañía era inmejorable y la cena en aquel viejo restaurante hizo despertar en ellos sentimientos que creían perdidos. La conexión era evidente, era como si los dioses hubiesen tejido el escenario perfecto para ellos.
Como no podría ser de otra manera, sus mentes y sus cuerpos se fueron acercando hasta fundirse en un apasionado y profundo abrazo, con la luna como único testigo del encuentro entre los dos amantes.
El Sol alargó tímidamente sus rayos hacia el cielo, y, mientras avanzaba, el hechizo parecía desvanecerse a cada segundo que pasaba. El imploraba a Zeus que ese momento no terminara nunca, pero los caprichos de los Dioses son impredecibles, y, con el astro rey ya en lo alto del firmamento, ella emprendió el camino de regreso por el mismo sitio por donde había venido. Nada pudo hacer para retenerla. No estaba dispuesta a dejar atrás su pasado ni a conocer nuevos horizontes junto a él. Con lágrimas en los ojos la vio marchar.
Inmovil, observando como se alejaba, en su cabeza únicamente estaba el deseo de que los Astros se equivoquen un millon de veces más...
He tocado el cielo con mis manos, he saboreado el más exquisito de los manjares, he bebido el más dulce de los licores y mis oídos se han deleitado con los sonidos más preciosos que nadie pueda oír. Todo transcurrió durante una milésima de segundo dentro de la inmensidad de mi existencia. No fue más que un ínfimo espacio de tiempo, pero suficiente como para penetrar en lo más hondo de mi ser y llegar a recónditos lugares donde nadie pudo llegar antes.
Has atravesado mi alma y has dejado tu marca en mí para la eternidad. Te veo deslizar en busca de tu jardín perfecto, y sólo puedo desear que lo encuentres, que nunca más necesites explorar nuevos territorios, pero si alguna vez lo haces, búscame. Estaré dando vueltas por el Universo, si observas con atención seguro que verás mi estela como si de una estrella fugaz se tratase.
Cada noche, cuando el sol se esconde y la oscuridad reina en el valle, cuando el único sonido es el de la suave brisa agitando las hojas de los árboles, y las estrellas me observan fijamente, cuando mi conciencia deja de existir y se abre la puerta del subconsciente, los dioses, en un ejercicio de crueldad, juntan nuestras más puras esencias y, como una sola luz, exploramos el mundo de los sueños. Sólo entonces me dice al oído las más bellas palabras y me susurra preciosas melodías que me estremecen y hacen brotar en mi rostro una sincera sonrisa de felicidad como si de un chamán se tratara.
Pero con el primer atisbo de luz de la mañana, con el primer pájaro cantor, todo se desvanece. Me encuentro nuevamente en mi cama. Miro hacia atrás y la puerta se ha cerrado. Sé que cuando el frenesí de lo cotidiano pase, volveré a cruzarla, y mientras espero ese momento, me sentiré agraciado por estar cerca de ella...
Mis entrañas arden cada vez que estoy cerca suyo. Las llamas se vuelven cada vez más violentas porque se van sucediendo los atardeceres y no puedo evitar lanzarle abrazos invisibles, besos etéreos y caricias silenciosas que, inevitablemente, se estrellan contra el escudo de piedras preciosas que proteje su corazón.