En un momento indeterminado del espacio y el tiempo, decidí explorar los confines de la existencia. Como fruta madura caí del árbol, despojándome en mi descenso de toda memoria, hasta caer desnudo en las oscuras profundidades, donde pesadas arenas movedizas nublan los sentidos de quienes allí están atrapados. No sin esfuerzo conseguí apartar levemente el velo que cubría mis ojos y desde entonces, cual salmón en el río de la vida, desafío las bajas corrientes en mi camino de regreso a la Fuente.
La savia del Roble sagrado me da energía para no desfallecer, mientras el agua se mezcla con la tierra, dando vida al gran tronco por el que debo trepar hasta alcanzar las alturas, donde una majestuosa corona verde se funde en una espiral que sirve de enlace hacia la próxima esfera.
Allí, en un pliegue de la corteza, detrás de una curva etérea, nos volvimos a encontrar. Otra vez. Y mi alma se regocija, una conmoción sacude mi interior provocando una explosión de colores que inunda toda mi conciencia, devolviéndome recuerdos ocultos. Todo mi Ser se llena de una alegría indescriptible que trasciende dimensiones y enciende una inmensa luz en el Camino.