Cerré los ojos y desperté. El peso de las experiencias
que habían ido enriqueciendo mi alma durante el último sueño se hicieron ya
insoportables y, como un diente de león que se mece en la brisa de una mañana
de primavera, me fundí con el éter y empecé a ascender. Observé por última vez
el cuerpo que me acogió, que yacía inmóvil y vacío. Vacío porque todo lo que lo
había llenado de vida estaba ahora conmigo. Cada sonrisa, cada llanto y cada
tropiezo. Todos los días de trabajo y los momentos de diversión; noches de
insomnio y mañanas perezosas; amores y desamores, amistades y enemistades;
lecciones, aprendidas algunas y olvidadas otras. Absolutamente cada instante
vivido se concentró en algún lugar de mi conciencia y pude recordarlo y
revivirlo todo al mismo tiempo, pero con un orden y una claridad
indescriptible. El tiempo y el espacio habían dejado de existir.
Mientras todo esto sucedía, la imagen del cuerpo viejo y arrugado se fue difuminando hasta que se hizo el vacío. Una luz blanca me envolvió e inundó todo a mi alrededor. Tratando de adivinar alguna forma en medio de la inmensidad en la que me encontraba, las respuestas a todas las preguntas que siempre me había hecho tomaron vida y por fin lo comprendí TODO.
Seguí flotando sin rumbo aparente hasta que fui capaz de distinguir algo delante de mí. Eran las personas que había amado y que me estaban esperando. Entonces comprendí que la Luz que me envolvía era Amor, y que ese Amor es la sangre que da vida a toda la creación.
Seguí flotando y fluyendo, dejé atrás a mis seres queridos y me vi a mismo en todas y en cada una de las encarnaciones vividas. Las recordé todas y añadí esta última a mi colección de experiencias.
Seguí flotando, esta vez en medio del cosmos. El planeta que me acogió se hacía pequeño a medida que me alejaba de su sistema solar. Me encontré al lado de estrellas a las que había ansiado ir cuando no eran más que puntos luminosos en el firmamento terrestre. Recordé otros hogares y otras experiencias. Y seguí ascendiendo. Continué recogiendo vivencias hasta que no me quedaba nada por recordar. En ese momento el universo no era más que un diminuto punto luminoso en medio de la oscuridad más pura que pudiera imaginar. Allí estaba yo, meciéndome en mitad de la eternidad, en paz, esperando algo que no sabía lo que era. A lo lejos podía ver lo que parecían estrellas fugaces, aunque pronto comprendí que no lo eran. Eran almas como yo que venían a dejar sus propias experiencias y volvían a desaparecer dejando un halo de luz tras de sí. Otras, en cambio, implosionaban y desaparecían en algún punto indeterminado de ese lugar donde el todo y la nada se funden. Observando esa maravillosa coreografía cósmica, la luz blanca me volvió a rodear y una voz me habló sin palabras. Tenía que volver y seguir aprendiendo. Necesitaba más experiencias y yo se las tenía que dar. Escogí aquellas que quería tener y diseñé el camino apropiado en la Tierra para ello. Escogí un lugar donde nacer. Escogí los padres apropiados para mi misión y escogí olvidarlo todo. Otra vez. Una fuerza invisible me lanzó por un túnel psicodélico por el que descendí vertiginosamente hasta llegar al oscuro y cálido útero donde medité durante unos instantes, hasta que una luz se formó y creció delante de mí y algo me empujó hacia ella.
Entonces abrí los ojos y me dormí…
Mientras todo esto sucedía, la imagen del cuerpo viejo y arrugado se fue difuminando hasta que se hizo el vacío. Una luz blanca me envolvió e inundó todo a mi alrededor. Tratando de adivinar alguna forma en medio de la inmensidad en la que me encontraba, las respuestas a todas las preguntas que siempre me había hecho tomaron vida y por fin lo comprendí TODO.
Seguí flotando sin rumbo aparente hasta que fui capaz de distinguir algo delante de mí. Eran las personas que había amado y que me estaban esperando. Entonces comprendí que la Luz que me envolvía era Amor, y que ese Amor es la sangre que da vida a toda la creación.
Seguí flotando y fluyendo, dejé atrás a mis seres queridos y me vi a mismo en todas y en cada una de las encarnaciones vividas. Las recordé todas y añadí esta última a mi colección de experiencias.
Seguí flotando, esta vez en medio del cosmos. El planeta que me acogió se hacía pequeño a medida que me alejaba de su sistema solar. Me encontré al lado de estrellas a las que había ansiado ir cuando no eran más que puntos luminosos en el firmamento terrestre. Recordé otros hogares y otras experiencias. Y seguí ascendiendo. Continué recogiendo vivencias hasta que no me quedaba nada por recordar. En ese momento el universo no era más que un diminuto punto luminoso en medio de la oscuridad más pura que pudiera imaginar. Allí estaba yo, meciéndome en mitad de la eternidad, en paz, esperando algo que no sabía lo que era. A lo lejos podía ver lo que parecían estrellas fugaces, aunque pronto comprendí que no lo eran. Eran almas como yo que venían a dejar sus propias experiencias y volvían a desaparecer dejando un halo de luz tras de sí. Otras, en cambio, implosionaban y desaparecían en algún punto indeterminado de ese lugar donde el todo y la nada se funden. Observando esa maravillosa coreografía cósmica, la luz blanca me volvió a rodear y una voz me habló sin palabras. Tenía que volver y seguir aprendiendo. Necesitaba más experiencias y yo se las tenía que dar. Escogí aquellas que quería tener y diseñé el camino apropiado en la Tierra para ello. Escogí un lugar donde nacer. Escogí los padres apropiados para mi misión y escogí olvidarlo todo. Otra vez. Una fuerza invisible me lanzó por un túnel psicodélico por el que descendí vertiginosamente hasta llegar al oscuro y cálido útero donde medité durante unos instantes, hasta que una luz se formó y creció delante de mí y algo me empujó hacia ella.
Entonces abrí los ojos y me dormí…
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